Emotivo relato en el que dos historias paralelas, la de Ali, en el presente, y Josefa, en el pasado, se articulan alrededor del viejo naranjo de la calle Mediodía. Testigo mudo de la vida que transcurre a su alrededor, sirve de detonante para que afloren recuerdos que se remontan a la posguerra española. Con ritmo tranquilo y prosa evocadora se desgranan los sentimientos de nostalgia, soledad y también de felicidad de las dos protagonistas que, aunque vividos de distinta forma, coinciden en su esencia.
Emotivo relato en el que dos historias paralelas, la de Ali, en el presente, y Josefa, en el pasado, se articulan alrededor del viejo naranjo de la calle Mediodía. Testigo mudo de la vida que transcurre a su alrededor, sirve de detonante para que afloren recuerdos que se remontan a la posguerra española. Con ritmo tranquilo y prosa evocadora se desgranan los sentimientos de nostalgia, soledad y también de felicidad de las dos protagonistas que, aunque vividos de distinta forma, coinciden en su esencia.
El naranjo que se murió de tristeza
El naranjo de la calle del Mediodía tenía muchos años cuando murió, más de los que debería. Pero no murió de viejo, murió de tristeza, y yo fui testigo de aquel cambio del árbol. Empezó, sin yo saberlo, una mañana fría de enero. Caminaba en dirección al colegio y el viento soplaba y se colaba entre mis trenzas, y yo saltaba para entrar en calor. Antes de llegar a la calle del Mediodía, me llegó el olor.