Reinterpretación de una leyenda popular colombo-venezolana en la que el autor se burla del miedo que suele acompañar a la leyenda del silbón, el espanto de un hombre maldecido por su abuelo por haber matado a su padre y que vaga por el mundo ajusticiando a hombres que no estén trabajando. La ilustración es en extremo sugerente y tanto algunos elementos de las imágenes como la letra de algunas páginas es de color fucsia neón e invita a ensayar leer el libro en la oscuridad. Los colores generan fuertes contrastes y llaman la atención del lector. La cubierta del libro es en sí un cartel del protagonista de la obra que se puede desdoblar y colgar en una pared. La obra juega con el personaje fantasmal y se burla de las cadenas de mensajes, hoy en día tan frecuentes por Facebook y demás redes sociales para evitar una maldición u obtener buena suerte. Un libro innovador con excelente manejo de la tensión narrativa.
Reinterpretación de una leyenda popular colombo-venezolana en la que el autor se burla del miedo que suele acompañar a la leyenda del silbón, el espanto de un hombre maldecido por su abuelo por haber matado a su padre y que vaga por el mundo ajusticiando a hombres que no estén trabajando. La ilustración es en extremo sugerente y tanto algunos elementos de las imágenes como la letra de algunas páginas es de color fucsia neón e invita a ensayar leer el libro en la oscuridad. Los colores generan fuertes contrastes y llaman la... Seguir leyendo
El Silbón
Hay quienes afirman haberlo visto en la selva, entre las llanuras colombiana y venezolana. Cuentan que algún día un joven asesinó a su padre –en circunstancias que después explicaremos–. Ya con el cuerpo a su disposición, este hijo desnaturalizado le lavó los huesos, uno a uno, y los clasificó, con cuidado de respetar lo poco que había aprendido durante sus lecciones de anatomía, en la escuela primaria. En venganza, el padre de su padre –sí, su abuelo– decidió atarlo a un árbol y dejarlo a expensas de dos perros furiosos, para que le devoraran las carnes y le dieran muerte. Para terminar lo condenó a vagar por siempre, silbándole su dolor al mundo. De ahí su remoquete.