Una leyenda que circuló por toda Europa en el siglo XIII sobre la cruzada de unos niños originó varias novelas, entre ellas la del francés Marcel Schwob, que ha servido de inspiración al Premio Nobel Marío Vargas Llosa. Este sitúa la acción en una ciudad costera con dos protagonistas, un niño y un viejecillo. Al pequeño, Fonchito, le llama la atención que un señor estuviera siempre sentado en un banco mirando el mar. Un día se decide y se sienta a su lado. Entablan una conversación que se verá interrumpida por la llegada del bus del niño para ir al colegio, pero quedan para el día siguiente para que le cuente a Fonchito la razón por la que espera un barco de niños que no todo el mundo ve. Capítulo tras capítulo el viejecillo irá contando las aventuras de ese barco y de quién es él. El autor ha logrado crear expectativa gracias a que suspende la historia justo cuando llega el autobús y no vuelve a narrar hasta el día siguiente lo que hará que el lector este ávido por continuar y llegar a un final que cada uno puede imaginar o ensoñar.
Una leyenda que circuló por toda Europa en el siglo XIII sobre la cruzada de unos niños originó varias novelas, entre ellas la del francés Marcel Schwob, que ha servido de inspiración al Premio Nobel Marío Vargas Llosa. Este sitúa la acción en una ciudad costera con dos protagonistas, un niño y un viejecillo. Al pequeño, Fonchito, le llama la atención que un señor estuviera siempre sentado en un banco mirando el mar. Un día se decide y se sienta a su lado. Entablan una conversación que se... Seguir leyendo
El barco de los niños
Érase un viejecillo que cada mañana muy temprano, sentado en una banca de un pequeño parque de Barranco, contemplaba el mar.
Fonchito lo divisiba desde su casa, mientras se alistaba para ir al colegio. Aquel viejecillo lo intrigaba: ¿qué hacía allí, solo, a estas horas, todos los días? Y sentía por él un poco de pena.
Un día, sin poder aguantar más la curiosidad, apenas se levantó y, antes de que pasara el ómnibus del colegio a recogerlo, salió de su casa y fue al parquecito. Se sentó en la misma banca que el anciano y, luego de un momento de vacilación, tomando fuerza murmuró: