A través de las vivencias de un periodista español el lector se sumerge en la sociedad berlinesa durante la República de Weimar, un periodo de notable efervescencia cultural en el que la ciudad era un hervidero de cafés, clubes nocturnos, música a raudales y teatros a pleno rendimiento. Un crisol de artistas, hombres y mujeres ávidos de amor y placeres mundanos en el que, al mismo tiempo, se cocía a fuego lento una de las mayores tragedias de la historia de humanidad. De esta forma nos aproximamos a la figura de Erik Jan Hanussen, un carismático mentalista de origen judío que fascinaba a las multitudes e incluso al propio Adolf Hitler, de quien se convirtió en astrólogo de cabecera, y sus lugartenientes. José Ortega vive en primera persona esos contactos y otras muchas situaciones que influirán decisivamente en el alzamiento del dictador alemán, amén de numerosos conflictos personales y sentimentales en los que disfrutamos de fantásticos cameos de personajes como el actor Peter Lorre, el político Ernst Thälmann o los escritores Thomas Mann y Chaves Nogales. Una exquisita trama, profusamente documentada, que hará las delicias de los jóvenes lectores amantes de la novela histórica.
A través de las vivencias de un periodista español el lector se sumerge en la sociedad berlinesa durante la República de Weimar, un periodo de notable efervescencia cultural en el que la ciudad era un hervidero de cafés, clubes nocturnos, música a raudales y teatros a pleno rendimiento. Un crisol de artistas, hombres y mujeres ávidos de amor y placeres mundanos en el que, al mismo tiempo, se cocía a fuego lento una de las mayores tragedias de la historia de humanidad. De esta forma nos aproximamos a la figura de Erik Jan Hanussen, un... Seguir leyendo
El mentalista de Hitler
Solo en medio del escenario, iluminado por un único foco, el personaje observa en silencio a la multitud. Altivo, con los brazos cruzados sobre el pecho, en apariencia ajeno a la expectación. No es alto, no es esbelto, tiene un aspecto casi vulgar a pesar de su atuendo, pero el fulgor de sus manos y sus ojos atraen las miradas.