El nuevo catálogo de Everest, un sello histórico en la literatura infantil y juvenil, estrena diversas propuestas para preadolescentes entre las que destaca esta emotiva historia, labrada con el mimo y la emoción que caracterizan las novelas de la autora asturiana, que obtuvo el XV Premio de LIJ Leer es Vivir gracias a un texto cargado de simbolismo, en el que se emplea la tipografía en negrita para destacar distintos aspectos de la trama, y que logra la difícil virtud de condensar en breves e intensos capítulos. Mónica Rodríguez convierte la dura realidad en fantasía para contar la historia del padre de Marina, quien fue detenido por el mero hecho de pensar distinto y expresarlo en tiempos oscuros. La niña, acostumbrada a pasear junto a él y buscar caracoles, decide evocar su recuerdo manteniendo la misma afición, guardando los caparazones vacíos en una caja secreta y retratando cada uno en su libreta cuando llegan los días lluviosos. Ese vínculo, sin embargo, no devuelve a la persona a quien tanto añora, tampoco las veces que acude a la estación de su pueblo y se sienta en un banco a esperar. Por ello, un día decide escapar a la ciudad junto a su amigo Hugo en el único tren que puede acercarle al lugar donde se encuentra… La colección de bocetos a grafito que aporta el ilustrador Juan Ramón Alonso contribuye a realzar la belleza de la edición, felizmente recuperada y actualizada por la editorial.
El nuevo catálogo de Everest, un sello histórico en la literatura infantil y juvenil, estrena diversas propuestas para preadolescentes entre las que destaca esta emotiva historia, labrada con el mimo y la emoción que caracterizan las novelas de la autora asturiana, que obtuvo el XV Premio de LIJ Leer es Vivir gracias a un texto cargado de simbolismo, en el que se emplea la tipografía en negrita para destacar distintos aspectos de la trama, y que logra la difícil virtud de condensar en breves e intensos... Seguir leyendo
La niña de los caracoles
Tenía un nombre de mar aunque era de hierba.
Además le gustaban las hojas mojadas y los caminos de barro.
-¿Por qué me llamo Marina?
-Tu padre, Herminio, que antes de vender helados, fue marinero -decían.
Pero en Villasoles no había mar.
Llovía mucho, eso sí. Y después de llover, los prados mojados se llenaban de caracoles.
-Tienen espirales, como tus rizos -le había dicho su padre.
Eso fue hace mucho.