Casi podría afirmarse que en los últimos años ha fraguado en la literatura infantil un subgénero particular, el de las "mudanzas", una situación a menudo frecuente en las familias lectoras y que, con ingenio y buen humor recrean esos momentos de incertidumbre, dudas y de nuevas amistades y descubrimientos que se producen en el lugar de destino. En este caso, con la brillantez a la que nos tiene acostumbrados Rocío Bonilla, la ecuación se amplía con las misteriosas características que ofrece el caserón al que tiene lugar el traslado. Una mansión, heredada del tatarabuelo, que transforma los hábitos cotidianos de "los Kent", hasta entonces residentes en un pequeño piso y con una vida "normal" según los estándares contemporáneos; y les integra en una comunidad insólita, con sorpresas espectrales incluidas, y reencuentros con el verdadero adn del clan. Con guiños a personajes y pasajes de cuentos adscritos a la tradición popular y a películas y referencias que ya forman parte del acervo cultural de las presentes generaciones, la trama está construida con sencillez y perspicacia, virtudes destacadas y no lo suficientemente valoradas a la hora de componer historias para el público infantil. Lo que parece ser el inicio de una serie augura futuras y sugerentes historias en la casa de la colina, aderezadas con dibujos "marca de la casa" y bocetos en blanco y negro que ayudan a apreciar más las virtudes y características de los protagonistas.
Casi podría afirmarse que en los últimos años ha fraguado en la literatura infantil un subgénero particular, el de las "mudanzas", una situación a menudo frecuente en las familias lectoras y que, con ingenio y buen humor recrean esos momentos de incertidumbre, dudas y de nuevas amistades y descubrimientos que se producen en el lugar de destino. En este caso, con la brillantez a la que nos tiene acostumbrados Seguir leyendo
Lucas Kent & Greta Rouge
YO
Yo era normal. Un chico normal. O al menos eso había creído siempre.
Tenía una familia normal, un padre normal y una madre normal, que trabajaban en sitios normales, y una hermana pequeña con la que me peleaba con absoluta normalidad.
Vivíamos en un piso normal -eso sí, más bien pequeño, o sea, normalillo- e iba a un colegio normal, con otros niños normales que gastaban bromas