La playa de las tortugas
Con su cesta de bambú trenzado en equilibrio sobre la cabeza y la mano del pequeño Sirik bien apretada, Arundi se abría paso entre el gentío del mercado de especias de Mannar. Iba de puesto en puesto, eligiendo lo más deprisa que podía, haciendo oídos sordos a las llamadas de los comerciantes, pendiente solo de los olores de sus productos. Ya no se podía perder el tiempo como antes, ni charlar entre los cestos. Y mucho menos permitir que Sirik se escabullese en dirección a los acuarios del vendedor de peces decorativos. Desde que la violencia había invadido la ciudad, hacer la compra había dejado de ser un juego.