El anillo de Irina
Víctor me dijo que tengo facilidad para enamorarme de mujeres tristes. Tenía razón: algo que siempre me gustó de Irina fue su tristeza. A veces Víctor estaba en lo cierto, incluso cuando no tenía ni la menor idea de lo que pasaba a su alrededor.
Víctor nunca supo con certeza lo que yo sentía por Irina. Para mí hubiera sido una vergüenza tener que reconocerlo, aunque tal vez él lo sospechó alguna vez. Me temo que mis dotes para el disimulo no eran muy notables hace quince años. El amor, recién descubierto, resultó un sentimiento muy desagradable, parecido a una enfermedad nerviosa.