El misterio del desierto
«¡Qué mañana tan preciosa para arreglar relojes!», pensó Hermux Tantamoq mientras abría la puerta de su tienda. La atmósfera era embriagadora. El ratón frunció la nariz y olisqueó el aire. Los bigotes se le movieron al inspirar profundamente.
«¡Manzanas maduras!» –se dijo–. ¡A eso lo llamo yo un buen olor!
Hermux volvió a olisquear el ambiente, dada su inclinación a la buena mesa. Una preciosa y oronda manzana roja era ideal para el almuerzo. Con una rodaja gruesa de queso cheddar y un trocito de pan crujiente. ¡No había nada igual!