Interesantísima historia de integración, aceptación de las diferencias y descubrimiento de la propia identidad. Articulando el relato en los dos planos tradicionales –lo aparentemente bueno y lo feo, lo desagradable–, el autor regala a los pequeños lectores –sin moralejas ni imposturas trasnochadas– una bella historia de amistad en la que lo que sale claro es que lo que importa verdaderamente es aceptarse a uno mismo tal y como se es. La propuesta gráfica, con un hábil y sobrio juego de blancos y negros, acompaña al texto con plena adecuación. Interesantísima historia de integración, aceptación de las diferencias y descubrimiento de la propia identidad. Articulando el relato en los dos planos tradicionales –lo aparentemente bueno y lo feo, lo desagradable–, el autor regala a los pequeños lectores –sin moralejas ni imposturas trasnochadas– una bella historia de amistad en la que lo que sale claro es que lo que importa verdaderamente es aceptarse a uno mismo tal y como se es. La propuesta gráfica, con un hábil y sobrio juego de blancos y negros, acompaña al texto con plena adecuación.

Feo+Guapo

Ésta es la historia de Feo, el monstruo feo. Feo no es malo, sólo es feo. Es un monstruo, al fin y al cabo.
Feo vive bajo la cama de Guapo, el niño Guapo. Guapo no es bueno, sólo es guapo. Es un niño, al fin y al cabo.
De día, Feo duerme bajo la cama de Guapo. De noche, Guapo duerme y sueña. De noche, Feo se despierta y sueña.
Sueña la ciudad que duerme.
«Estoy solo –piensa Feo en sueños– y soy desgraciado».
Nadie tiene miedo de Feo.
«Ah, qué desgraciado soy», piensa Feo, solo en la noche, en la ciudad dormida.