Jerik y la piedra de Milenas
Faltaban solo dos días para que llegaran y Jerik ya estaba nervioso. Sin dejar de mirar el techo de su habitación, seguía pensando, mientras acariciaba, sin darse cuenta, la figurita de madera que sostenía entre sus dedos. Estaba recordando todo lo que le había pasado en las últimas horas: se había dirigido hacia el norte, un pelín más allá de lo que su padre, Lloid, le consentía, pero al fin la encontró.