La relación de León, un niño integrante de una familia de nómadas, y la flor, reducto de naturaleza en un mundo cada vez más gris y pavimentado es, a la vez que una conmovedora historia de añoranza y amor por la naturaleza, un vuelo rasante sobre los sentimientos que provoca el desarraigo, o un retrato trazado con dulzura del mundo que fue y que ahora solo vive en los recuerdos del protagonista, pasajes que viven en la memoria y que se transforman en secreto compartido. La narrativa de la autora asturiana consigue siempre evocar retazos de infancia y momentos en los que vivimos en comunión con las corrientes telúricas, sus palabras poseen la ambivalencia necesaria para suscitar emociones divergentes reivindicando la necesaria comunión con la Madre Tierra, a la que nos empeñamos en olvidar y enterrar bajo capas y capas de hormigón, simbolizada aquí con la supervivencia de una pequeña planta que sirve como anclaje para ese pequeño y errante miembro del clan de los vendedores ambulantes. Rocío Araya fusiona técnicas y contrapone tonalidades cromáticas bien diferentes para capturar esa dicotomía entre los colores intensos que ligamos a los espacios naturales y los grisáceos que reinan en las grandes urbes.
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La relación de León, un niño integrante de una familia de nómadas, y la flor, reducto de naturaleza en un mundo cada vez más gris y pavimentado es, a la vez que una conmovedora historia de añoranza y amor por la naturaleza, un vuelo rasante sobre los sentimientos que provoca el desarraigo, o un retrato trazado con dulzura del mundo que fue y que ahora solo vive en los recuerdos del protagonista, pasajes que viven en la memoria y que se transforman en secreto compartido. La narrativa de la autora asturiana consigue... Seguir leyendo
BAJO EL ASFALTO, LA FLOR

Bajo el asfalto, hubo una vez una flor.
Y junto a la flor, un valle.
Allí, donde está la farola de hierro había un árbol
grande como un bosque, y había también un bosque
y un viento que venía del sur y que no tenía nombre.
Y aquí, justo aquí, en esta calle de cemento
que ahora cruzamos, había una tierra verde
y un río de aguas sonoras como triángulos.