No se lo cuentes a nadie
A primera hora de la mañana los oscuros ojos de Nuria parecían dos pequeños, minúsculos botoncitos. Apenas se había levantado y el sueño se resistía a marcharse. El único modo de despertarse -lo sabía- era lavarse la cara con agua muy fría. Se peinó intentando poner orden en sus encrespados cabellos negros, tan cortos, y se atusó la diminuta colita que le colgaba del cogote.