Fuego
Larch pensaba con frecuencia que, de no ser por aquel hijo recién nacido, habría sido incapaz de superar la muerte de Mikra, su esposa. En parte se debía a que la criatura necesitaba un padre vivo y activo, que se levantara por las mañanas y trabajara como una bestia de carga todo el día, y en parte, por la manera de ser del propio niño, pues era una criatura tan buena, tan tranquila, cuyos gorjeos y arrullos tenían un sonido tan musical... Por no hablar de los ojos, de un color castaño oscuro, iguales que los de su madre muerta. Larch, que era guardabosque en el predio ribereño de un noble de escasa categoría, en el reino sudoriental de Monmar, cabalgó sin descanso todo un día para regresar a su casa, y al llegar, dominado por los celos, arrebató al niño de los brazos de la nodriza.