La vida del solitario tejedor, Silas Marner -quien llegó años atrás a Raveloe huyendo de su comunidad de la acusación de un robo que no cometió-, y la de los hijos de Cass, el terrateniente de la aldea, confluyen debido a dos hechos fortuitos. Por un lado, el robo de una bolsa de monedas de Marner por Dustan Cass, quien viene del fallido intento de vender el caballo de su hermano Godfrey y que se encuentra abierta la casa del tejedor. Por otro, por el hecho de que Molly, la mujer de Godfrey, cuyo matrimonio este mantiene en secreto por miedo a que su padre le desherede al conocer la adicción de su esposa al láudano, muera cerca de la casa de Marner y su hijita se cuele en ella huyendo del frío. Ante la sorpresa de todos, Marner decide criar a la huérfana como a una hija. Godfrey no revelará que la niña es su hija, pues tiene miedo del rechazo de Nancy, la mujer que ama. Y Silas tendrá un motivo para reconciliarse con la vida.
La vida del solitario tejedor, Silas Marner -quien llegó años atrás a Raveloe huyendo de su comunidad de la acusación de un robo que no cometió-, y la de los hijos de Cass, el terrateniente de la aldea, confluyen debido a dos hechos fortuitos. Por un lado, el robo de una bolsa de monedas de Marner por Dustan Cass, quien viene del fallido intento de vender el caballo de su hermano Godfrey y que se encuentra abierta la casa del tejedor. Por otro, por el hecho de que Molly, la mujer de Godfrey, cuyo matrimonio este mantiene en secreto por miedo a... Seguir leyendo
Silas Marner. El tejedor de Raveloe
En los tiempos en que las ruecas zumbaban afanosas en las casas de labranza- y cuando hasta las grandes damas, que se vestían de seda y encajes, tenían las suyas de juguete, fabricadas con madera de roble bien pulimentada- se podía ver en distritos remotos, por los caminos, o en lo más profundo de los valles, a ciertos hombres pálidos, más pequeños de los normal, que, al lado de los musculosos campesinos, no parecían ser más que los restos de una raza de desheredados. El perro del pastor les ladraba con ferocidad cuando alguna de aquellas criaturas con aspecto extranjero aparecía por las tierras altas, siluetas oscuras contra el temprano atardecer invernal; porque, ¿dónde hay un perro al que le guste una figura inclinada bajo un pesado saco? Y lo cierto es que aquellos pálidos seres raras veces salían de casa sin su cargamento misterioso.