El dilema de Ypsilon
La noche en que Finn Hasselblatt salió de su guarida para tenderle una trampa a la chica misteriosa, un olor a nieve se extendía por la ciudad de los campanarios y de las chimeneas. Con cuidado, Finn empujó hacia arriba el tragaluz y husmeó el viento alegre que, a veces, lanzaba aullidos espeluznantes entre las grietas de las casas y después se metía con furia debajo de los tejados. La ciudad entera se cobijaba dentro del valle, junto al gran río, para no remolinarse en el viento, y las torres de la catedral se alzaban hacia el cielo como intentando colgarse de las estrellas.