Mi puzzle del mundo
Belinda se había levantado resacada por un cóctel de insomnio, llantos, preocupaciones, hastío y exámenes. Sin embargo, estaba lejos de ser la única alumna que alumbraba ojeras y cansancio en la biblioteca de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, en el campus de Tafira. Mediaba febrero y estaban en carnavales. Todos en la facultad luchaban contra la tentación de ir de marcha a los «mogollones», y casi todos cedían a ella. Se veían a última hora llamando a gente que pudiera prestarles un disfraz y hacerles compañía en una noche larga que naufragaría en el alba y en una churrería recién abierta.