En la diminuta isla Celeste, animales y plantas vivían en armonía. Pero un día, escuchando a los pescadores que hablaban de sus viajes y de otras islas, Celeste empezó a preguntarse cómo serían esos lugares, y cómo serían los colores, y se le despertaron las ganas de conocer mundo. Y se fue poniendo cada día más melancólica y triste. La tristeza se contagió a todo, hasta las frutas se volvían amargas. Fue entonces cuando el cormorán Leandro reunió a todas las aves. Tenían que hacer algo para arreglar la situación. Con esta fábula amable que tiene como trasfondo el amor por la naturaleza se plantean cuestiones sobre la propia identidad y la aceptación de uno mismo. Paralelamente, el conflicto personal –encarnado en la isla Celeste– enlaza con las preocupaciones medioambientales, ilustrando la amenaza que suponen determinados seres humanos –representados por «el hombre de la cinta métrica dorada»– para los espacios vírgenes. Afortunadamente, la fuerza que se deriva de los valores más positivos –la amistad, la colaboración–, gana la partida.
En la diminuta isla Celeste, animales y plantas vivían en armonía. Pero un día, escuchando a los pescadores que hablaban de sus viajes y de otras islas, Celeste empezó a preguntarse cómo serían esos lugares, y cómo serían los colores, y se le despertaron las ganas de conocer mundo. Y se fue poniendo cada día más melancólica y triste. La tristeza se contagió a todo, hasta las frutas se volvían amargas. Fue entonces cuando el cormorán Leandro reunió a todas las aves. Tenían que... Seguir leyendo
La isla celeste
Isla Celeste era una isla tan pequeña que en los mapas sólo se veía como un puntito en medio del inmenso océano Atlántico. Ninguna persona se había quedado a vivir allí, pero era la isla preferida por muchos animales que habían encontrado un hogar en sus bosques y sus playas. Ellos la llamaron Celeste porque sobre la isla sólo crecían árboles con frutos azules. Azules eran las flores, las hojas de los árboles y la niebla matinal que la cubría con un sombrero de tul.