Especial novela de Jaime Collyer, consagrado narrador chileno. En ella se narra la historia de Nicolás Fonseca, un meteorólogo que decide recluirse durante un año en un observatorio cordillerano sobre la ciudad de Santiago, dejando atrás a su mujer y su hijo. Allí, Fonseca vivirá diversas experiencias (el encuentro con un loco que vagabundea por el "pueblo" abandonado y que finalmente será asesinado por la policía; la visita de un perro cojo a quién adoptará pero que en las postrimerías lo abandonará; sus aciertos y errores con el clima; y su obsesión con haber sido espectador de un extraño suceso astronómico, entre otros sucesos). Cada una de tales experiencias será fuente de reflejo de su compleja y penosa situación de vida: un matrimonio moribundo, una enorme distancia comunicativa y vital con su hijo y una especie de desorientación general. Una novela entretenida, correctamente narrada y capaz de establecer una serie de episodios de complicidad entre el lector y el personaje principal, lo cual genera extrañas y sutiles emociones.
Especial novela de Jaime Collyer, consagrado narrador chileno. En ella se narra la historia de Nicolás Fonseca, un meteorólogo que decide recluirse durante un año en un observatorio cordillerano sobre la ciudad de Santiago, dejando atrás a su mujer y su hijo. Allí, Fonseca vivirá diversas experiencias (el encuentro con un loco que vagabundea por el "pueblo" abandonado y que finalmente será asesinado por la policía; la visita de un perro cojo a quién adoptará pero que en las postrimerías... Seguir leyendo
Fulgor
A cierta hora de la madrugada oyó un gimoteo en el exterior. Parecía un cachorro lamentándose de algo al pie de las instalaciones, como un indicio dolorido en la noche, o el fragor del hambre a esa hora inusual. Era efectivamente un perro, Fonseca lo vio claramente desde lo alto, tras saltar al instante de la cama e ir a pegar el rostro a los ventanales de la sala. Un cachorro enredado en su propio desvelo, gimiendo junto a las vigas de la base. Enseguida abrió del todo las cortinas para verlo mejor y apreciar el entorno, el exterior aún de noche, y el cielo sorprendentemente claro, teñido de una tonalidad azulada, más despejado que lo habitual a esa hora, como si un dios voluble se hubiera asomado unos segundos antes por las cumbres, a escurrir de un soplo las nubes y apurar, a su manera, el despertar.