¡Abajo el farsante!
Un pequeño coche azul circulaba a sesenta kilómetros por hora por las serpenteantes avenidas de Bouring–On–Sea. Al volante iba la señora Bugsby, una mujer pelirroja de treinta y cinco años, vestida con un atuendo a medio camino entre el uniforme de combate y un traje de encaje, si es que podéis imaginaros una mezcla así. En el coche viajaban sus dos hijos. Tom, el mayor, que iba sentado en el asiento delantero, tenía los ojos marrones y el pelo castaño y corto, como el de un dóberman.