Trilogía de las Tierras
Ninguna forma de vida, latente o activa, podía escucharla, porque la nave era silencio.
Cruzaba el infinito como la más pequeña mota de polvo, dejando atrás la estela de lo desconocido para aproximarse al paréntesis de lo conocido. O quizá fuese al revés. Tampoco importaba. Allí donde el tiempo y el espacio son la paz, la nave era un simple prodigio, un dardo quieto que, sin embargo, viajaba a una velocidad superior a la de la luz.