Un niño prodigio
Ismael Baruch había nacido un día de marzo en que nevaba mucho en una gran ciudad marítima y mercantil del sur de Rusia, a orillas del mar Negro. Su padre vivía en el barrio judío, no lejos de la plaza del mercado. Se dedicaba a la reventa de ropa vieja y chatarra. Todavía usaba un viejo caftán raído, unas babuchas y, a cada lado de la frente, como era de rigor, lucía unas cortas mechas en tirabuzón llamadas peiess.