Peter Pan y los ladrones de sombras
Una mancha en el horizonte«Un mango –pensó Peter–. El alma perfecta».
El muchacho escuálido y bronceado, vestido con una camisa hecha jirones, y unos pantalones cortados por encima de las rodillas llenas de costras, se apartó el rojizo cabello despeinado de la cara. Le cayó justo delante de los ojos cuando se inclinó hacia la tierra arenosa y recogió la regordeta fruta esférica y amarilla, un poco mayor que una naranja. El mango resultaba demasiado blando al tacto, y demasiado maduro para comérselo. Pero era el objeto adecuado para dejar caer sobre la cabeza de alguien desde una gran altura. Y Peter sabía precisamente sobre qué cabeza quería que cayera.