Lísel y Po
Tres noches después de que muriera su padre, Lísel vio al fantasma.
Estaba echada en la cama, envuelta en la oscuridad uniforme y gris de su pequeña buhardilla del ático, cuando las sombras parecieron arremolinarse y ondularse en un rincón y, de pronto, junto a su mesa destartalada y su taburete de tres patas, surgió una persona de su misma estatura, más o menos. Era como si la penumbra fuera una capa de masa cruda de hacer galletas y alguien hubiera recortado con un molde una forma del tamaño de un niño.
Lísel se sentó, alarmada.
–¿Qué eres? –susurró hacia lo oscuro, aunque sabía que era un fantasma.