Un bello relato, profusamente ilustrado, donde un abuelo descubre a su nieto algunas enseñanzas fundamentales en relación a la naturaleza. Para trepar a un árbol hay que buscar siempre el mejor camino: respetar sus hojas, sentir su tronco, acariciar sus ramas, disfrutar del olor de sus flores y frutos. La narración oral se transforma en palabra escrita a la vez que la vegetación se transfigura en poesía para el pequeño lector.
Un bello relato, profusamente ilustrado, donde un abuelo descubre a su nieto algunas enseñanzas fundamentales en relación a la naturaleza. Para trepar a un árbol hay que buscar siempre el mejor camino: respetar sus hojas, sentir su tronco, acariciar sus ramas, disfrutar del olor de sus flores y frutos. La narración oral se transforma en palabra escrita a la vez que la vegetación se transfigura en poesía para el pequeño lector.
Los caminos de los árboles
El abuelo miraba el atardecer mientras el niño observaba el árbol.
—Abuelo —preguntó el nieto—, ¿tú crees que yo podría subir a lo alto del ciruelo?
—Claro que sí —respondió el abuelo.
—Pero —dijo el niño— tal vez para subir a lo alto debería ser más grande, ¿verdad?
—No tiene por qué —contestó el abuelo—. Ser grande no siempre es una ventaja. Piensa en el iceberg, es grande pero también resulta torpe y arrollador.