“Somos diferentes. Extraña y amarga palabra. Recelos y miedos. Duras premisas para el futuro”. De que forma tan acertada, con estas palabras, Jordi Sierra i Fabra habla del miedo y el rechazo a lo desconocido, a los seres diferentes. Pero gracias a la inocencia y la humildad de los más pequeños de un clan, las diferencias dejan de ser fronteras y se da prioridad al conocimiento, al respeto, a las ganas de poner cosas en común que nos asemejen como: el amor por la vida, por la tierra, por la paz.
Así es como esta historia de apacibles dragones y seres civilizados, nos trasladan a tiempos muy lejanos, para vivir aventuras, conocer diferentes costumbres y formas de vida, reflexionar, y pasarlo muy bien.
“Somos diferentes. Extraña y amarga palabra. Recelos y miedos. Duras premisas para el futuro”. De que forma tan acertada, con estas palabras, Jordi Sierra i Fabra habla del miedo y el rechazo a lo desconocido, a los seres diferentes. Pero gracias a la inocencia y la humildad de los más pequeños de un clan, las diferencias dejan de ser fronteras y se da prioridad al conocimiento, al respeto, a las ganas de poner cosas en común que nos asemejen como: el amor por la vida, por la tierra, por la paz.
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El país de los dragones
Hace muchos muchos años (más de lo que alguien normal pueda recordar).
Hace muchos muchos años, no sé cuántos porque yo no estaba allí, existía en las tierras de poniente, más allá de los grandes lagos y la cordillera de las cumbres nevadas, en la apartada península de Shaykay, un pequeño reino poblado por apacibles dragones. Llevaban habitando allí desde el comienzo de los tiempos y vivían no solo en paz, sino también felices, dueños de su destino, con todo lo que necesitaban para ser uno de los pueblos más tranquilos del mundo.