Carpenter ofrece en este fresco generacional un acercamiento a la cotidianidad y a las inquietudes y esperanzas, poco entusiastas y bastante previsibles, de un grupo de jóvenes, cuya adolescencia transcurre en la Norteamérica posterior a la Segunda Guerra Mundial, en un momento en que la difusión estandarizada del sueño americano -'American Way of Life'- aún no ha despegado con fuerza y en el que las capitales del interior del país -como Portland, donde se desarrollan la sucesión de estampas que componen esta novela coral- son espacios de monotonía y trivialidad donde resulta difícil hallar la poesía de la vida. La torpeza de la iniciación sexual, la visión interesada de las relaciones personales, los débiles lazos de la amistad, la insustancialidad de las conversaciones, los embarazos fruto de la desidia más que de la precocidad, el desinterés por lo que está más allá de la realidad inmediata... conforman el carácter insulso de unos prototipos humanos por los que difícilmente se puede sentir empatía o afinidad, lo cual no es un logro menor de la escritura de este narrador. No son felices, ni desgraciados; ni alegres, ni amargados; ni inteligentes, ni estúpidos. Solo terriblemente prosaicos. Interesante reedición de una pieza de 1985, que representa bien la tradición realista de la literatura norteamericana.
Carpenter ofrece en este fresco generacional un acercamiento a la cotidianidad y a las inquietudes y esperanzas, poco entusiastas y bastante previsibles, de un grupo de jóvenes, cuya adolescencia transcurre en la Norteamérica posterior a la Segunda Guerra Mundial, en un momento en que la difusión estandarizada del sueño americano -'American Way of Life'- aún no ha despegado con fuerza y en el que las capitales del interior del país -como Portland, donde se desarrollan la sucesión de estampas que componen esta novela coral- son... Seguir leyendo
La promoción del 49
EL APARCAMIENTO DE LOS ÁRBOLES DE NAVIDAD
Cada año, Judson Baker y otros muchachos se dedicaban a vender árboles de Navidad en el aparcamiento vacío que había junto a la casa de Nancy Farr. Judd compraba los abetos al por mayor a un hombre que vivía exclusivamente de lo que ganaba en la temporada navideña gracias a los árboles que talaba en su finca cerca de Astoria y luego transportaba a Portland en camión. El hombre también poseía unas pocas hectáreas de acebo, y contrataba estudiantes del instituto y la universidad para que trenzaran y vendieran coronas puerta a puerta; pero a Judd no le interesaban ni el acebo ni el muérdago, sino los árboles.
Los chicos comenzaban por colgar unas guirnaldas luminosas en la entrada del aparcamiento que enchufaban a la corriente del señor Farr, y a continuación disponían los abetos: los mejores bien a la vista, de pie a lo largo de la parte delantera del aparcamiento, como un pulcro bosquecillo, mientras los más irregulares y pelados los dejaban tumbados en el suelo, en la parte de atrás. Conseguían en algún sitio una tienda de campaña de dos plazas y la montaban en medio de los árboles más vistosos. En su interior ponían dos piltras con sacos de dormir y una caja de naranjas con una lámpara de gas encima. Hasta el día de Navidad, los chicos se turnaban y pasaban la noche en el aparcamiento, de dos en dos, para que no les robaran ni un solo árbol.