Cuando Limanda sufrió la gran tormenta, los peces huyeron en busca de la tranquilidad. Este hecho supuso la ruina y decadencia del pueblo, que hasta entonces estaba poblado principalmente por pescadores. Daniel, sin embargo, siempre mostró ser el marinero más testarudo de la zona y decidió quedarse junto a su pequeña hija, a sabiendas de que el futuro estaba aún más complicado y que la niña crecería en soledad. Pero su imaginación y el profundo amor por el mar le impulsan a tallar un instrumento del que brota una melodía, con olor a salitre y ritmos de gaviota, que puede devolver la sonrisa. Las olas, sus corrientes, las mareas, la brisa, el viento… los interpretes son inmejorables, solo falta que el público regrese al idílico escenario esculpido por Marta Chicote. La música y la naturaleza se unen una vez más para obrar milagros en un hermoso relato del que germina la esperanza.
Cuando Limanda sufrió la gran tormenta, los peces huyeron en busca de la tranquilidad. Este hecho supuso la ruina y decadencia del pueblo, que hasta entonces estaba poblado principalmente por pescadores. Daniel, sin embargo, siempre mostró ser el marinero más testarudo de la zona y decidió quedarse junto a su pequeña hija, a sabiendas de que el futuro estaba aún más complicado y que la niña crecería en soledad. Pero su imaginación y el profundo amor por el mar le impulsan a tallar un... Seguir leyendo
La música del mar
Limanda estaba junto al mar, tenía una vieja ermita sin campana y unas pocas cabañas.
Aunque era una aldea muy pequeña estaba llena de vida. Los aldeanos se pasaban el día en la calle y los niños jugaban felices junto a la playa.