Emblemáticos personajes secundarios, extraídos de una selección de grandes obras de la literatura infantil de todos los tiempos, sirven como inspiración para trenzar un surtido de recreaciones y spin-offs centrados en imaginar nuevas andanzas o analizar, con mayor profundidad que en las historias originales, los sentimientos y correrías de un grupo de figuras inolvidables que no obtuvieron el protagonismo deseado cuando fueron concebidos por sus autores. Con ayuda de las seductoras imágenes del aclamado ilustrador Riki Blanco, el texto homenajea obras inmortales como El maravilloso Mago de Oz, a través del alado Rey Mono; Las aventuras de Pinocho, con la Niña de Pelo Turquesa; Alicia en el País de las Maravillas, representada por el Gato de Cheshire; Peter Pan, recuperando a varios de sus protagonistas (entre los que se incluye Wendy, a punto de celebrar su boda); Los cisnes salvajes, relato del que se reinterpreta el pasaje final (Elisa frente al verdugo); y un clásico contemporáneo, La historia interminable, en el que rescata la figura del dragón blanco, personaje que da título a la antología. Un apasionante regreso a mundos mágicos que han permanecido latentes en la memoria de los lectores, reconocido con el Premio Bellas Artes de Cuento Infantil Juan de la Cabada Vera 2015. Una joya para pequeños y grandes que permite múltiples lecturas e invita a releer los originales.
Emblemáticos personajes secundarios, extraídos de una selección de grandes obras de la literatura infantil de todos los tiempos, sirven como inspiración para trenzar un surtido de recreaciones y spin-offs centrados en imaginar nuevas andanzas o analizar, con mayor profundidad que en las historias originales, los sentimientos y correrías de un grupo de figuras inolvidables que no obtuvieron el protagonismo deseado cuando fueron concebidos por sus autores. Con ayuda de las seductoras imágenes del aclamado ilustrador Riki Blanco, el texto... Seguir leyendo
El Dragón Blanco y otros personajes olvidados
El fruto era como un pequeño sol. Si es que era un fruto. El mono lo arrancó de la última rama del árbol. Era suave como el pelaje de una cría y frío como un manantial de montaña. Tenía el tamaño de una naranja y un aroma dulce, pero brillaba como una estrella amarillenta.
El mono lo miraba sin parpadear.