Los gladiadores de Capua
Sobre la ardiente arena, el joven gladiador aprieta la hoja de la daga contra la garganta de su contrincante. El secutor está de rodillas, con el brazo izquierdo roto, colgando sin fuerza junto al costado, y el derecho enrojecido y cubierto por la sangre que brota del pinchazo de un tridente. La red que lo ha derribado le envuelve los pies, y detrás del casco se le ven los ojos desorbitados de miedo.
Es la primera víctima del reciario.
Severo, el lanista, está cerca y observa con todo detalle.
– Mis hombres actuaron una vez ante Nerón –dice en tono coloquial–. Uno de ellos, un mirmillón, fue incapaz de cortarle el cuello a su oponente.