El coloso de Rodas
Lupo contempló con asombro el pequeño colgante de bronce que pendía de un cordel de lino. Tenía la forma de una parte del cuerpo. Una parte del cuerpo de un chico. Una parte muy íntima del cuerpo de un chico. Lupo miró a sus tres amigos. La mañana era luminosa y se encontraban en el muelle del puerto de Ostia, todos ellos con colgantes parecidos en la mano.
Flavia Gémina, hija de un capitán de barco romano, se puso el suyo; Nubia, una muchacha de piel oscura y ojos dorados que había sido su esclava, sostenía el colgante en la palma de la mano con una risita nerviosa. Jonatán ben Mardoqueo miraba el suyo con gesto burlón, lo que provocó la carcajada de Lupo.