Sin tiempo para soñar
Las clases de Benigno Massagué siempre eran distintas. Y aquel día lo estaban confirmando.
–¿Habéis traído todos el periódico?
Hubo un asentimiento general. Alguno incluso lo agitó en el aire, para dar fe de que así era.
–¿Todos el mismo, como os dije ayer? –insistió el profesor.
Alguien, al fondo, dijo «¡ostras!», y alguien más, a la derecha, le espetó a su compañero más inmediato: «¡Si es que se había agotado! Pensé que daba lo mismo otro». Los dos comentarios resultaron bastante nítidos por encima del silencio del aula, así que Benigno Massagué se limitó a decir:
–Compartid la experiencia con el que tengáis más cerca, venga.
Julia sonrió. La experiencia. Le gustaba la palabra.