La princesa que no sabía reír
Había una vez un rey rico como Creso, generoso como el que más, puro como el oro y valiente como un león. No era, sin embargo, feliz. Día y noche se hacía las mismas reflexiones: “Un condenado a galeras es menos desdichado que yo. No tengo más que una hija, bella como la luz del día y piadosa como una santa. Pero siempre está triste, tan triste que nadie puede vanagloriarse de haberla hecho reír una sola vez: la llaman la princesa del semblante triste. Y por si esto fuera poca desgracia, aunque en mis establos tengo setecientos corceles maravillosos, todos negros como ala de cuervo, el que de verdad me gusta es mi gran caballo blanco, pero es tan malo, tan malo, que no ha habido herrero en el mundo capaz de herrarlo, por lo que le apodan Rompehierro. Verdad es, sin duda, que un condenado a galeras no es más infeliz que yo.”