En este hermoso cuento oriental conocemos las erráticas andanzas del anciano pintor Wang-Fô y su discípulo Ling, perdidos por los caminos del reino de Han hasta que el Emperador, Dragón Celeste, ordena su arresto. Una vez en palacio el mandatario confiesa al artista que el motivo de su condena es que no puede permitir que sus pinturas sean más hermosas que la realidad. El castigo a tal enorme osadía es terrible: se le cortarán las manos inmediatamente. Pero Wang-Fô tiene una brillante idea para escapar... Publicado originalmente en Nouvelles Orientales, la autora confesó en diferentes entrevistas que estaba inspirado en un apólogo taoísta. La pintura y la palabra se funden en un solo lienzo gracias a una de las plumas más importantes del siglo XX.
En este hermoso cuento oriental conocemos las erráticas andanzas del anciano pintor Wang-Fô y su discípulo Ling, perdidos por los caminos del reino de Han hasta que el Emperador, Dragón Celeste, ordena su arresto. Una vez en palacio el mandatario confiesa al artista que el motivo de su condena es que no puede permitir que sus pinturas sean más hermosas que la realidad. El castigo a tal enorme osadía es terrible: se le cortarán las manos inmediatamente. Pero Wang-Fô tiene una brillante idea para escapar... Publicado originalmente... Seguir leyendo
Cómo se salvó Wang-Fô
El anciano pintor Wang-Fô y su discípulo Ling erraban por los caminos del reino de los Han, el nombre que, por aquellos tiempos, se daba a la gran China. Nadie pintaba tan bien como Wang-Fô las montañas saliendo de la niebla, los lagos con vuelos de libélulas y las grandes olas del Pacífico vistas desde las costas. Decían que sus imágenes santas satisfacían de inmediato los deseos expresados en las oraciones; cuando pintaba un caballo, siempre lo hacía atado a una estaca, o sujeto de las riendas.