Pocos minutos antes de terminar sus clases, el profesor Francisco del Guindo tiene el hábito de relatarle a sus alumnos las imaginarias aventuras que ha protagonizado y de las que siempre sale vencedor. Hasta que un día surge un inesperado acontecimiento: esa tarde no está muy inspirado y, en vez de narrarles alguna historia, sólo les anuncia que está a la espera de una importante carta. El anuncio en sí no tiene nada de sorprendente. Lo que si resultará muy misterioso es que efectivamente esa misma noche recibió una extraña carta que cambiaría su vida y le llevaría a vivir una verdadera e inesperada aventura en la que nada es lo que parece y todo puede suceder.
Tonke Dragt tiene la habilidad de escribir historias complejas, imprevisibles y cambiantes, a partir de una prosa sencilla, personajes próximos y un ritmo narrativo que fomenta la lectura sin interrupciones. Lejos de cualquier estereotipo y molde narrativo, los mundos que construye son muy personales y en ellos se encuentran el misterio, el humor y la aventura. Todo ello amparado en una elaborada estructura literaria que tiene el mérito de permanecer invisible y ser fácilmente seguible, tanto por el lector más experimentado como por el que es menos constante. Estas cualidades hacen de esta obra una lectura recreativa muy recomendable.
Pocos minutos antes de terminar sus clases, el profesor Francisco del Guindo tiene el hábito de relatarle a sus alumnos las imaginarias aventuras que ha protagonizado y de las que siempre sale vencedor. Hasta que un día surge un inesperado acontecimiento: esa tarde no está muy inspirado y, en vez de narrarles alguna historia, sólo les anuncia que está a la espera de una importante carta. El anuncio en sí no tiene nada de sorprendente. Lo que si resultará muy misterioso es que efectivamente esa misma noche... Seguir leyendo
El enigma del séptimo paso
Hacía un calor sofocante aunque las ventanas estuvieran abiertas, al igual que la puerta que daba al pasillo. Los niños habían permanecido inmóviles durante toda una hora, probablemente más por el calor que por el sermón con el que el profesor había comenzado la tarde. En ese momento prácticamente todos habían acabado la lección soporífera que habían tenido que copiar de su libro de lengua. La tranquilidad comenzaba a desaparecer; se oían susurros, una tos, risas reprimidas, deslizar de pies, ruido de sillas, crujidos de papel.
Francisco del Guindo, sentado a su mesa sobre la tarima, levantó la mirada irritado. Su severa mirada causó poca impresión...