Oscar Wilde (1854-1900) fue uno de los exponentes más brillantes de la literatura universal, y así lo confirma en este precioso cuento traducido por Jorge Luis Borges, confeso admirador del autor. La estatua del Príncipe Feliz era admirada por todos, pero una golondrina descubre que el Príncipe llora porque desde lo alto puede observar todas las miserias de la ciudad. La golondrina pretende migrar a Egipto, pero tanto insiste el Príncipe para que se quede a su lado que finalmente la golondrina acepta y pagará por ello un precio excesivo.
Oscar Wilde (1854-1900) fue uno de los exponentes más brillantes de la literatura universal, y así lo confirma en este precioso cuento traducido por Jorge Luis Borges, confeso admirador del autor. La estatua del Príncipe Feliz era admirada por todos, pero una golondrina descubre que el Príncipe llora porque desde lo alto puede observar todas las miserias de la ciudad. La golondrina pretende migrar a Egipto, pero tanto insiste el Príncipe para que se quede a su lado que finalmente la golondrina acepta y pagará por ello un precio excesivo.
El Príncipe Feliz
Dominando la ciudad, sobre una alta columna, se elevaba la estatua del Príncipe Feliz. Era toda dorada, cubierta de tenues hojas de oro fino; tenía por ojos, dos brillantes zafiros, y un gran rubí rojo centelleaba en el puño de su espada. Todo esto le hacía ser muy admirado.
–Es tan hermoso como una veleta –observaba uno de los concejales de la ciudad, que deseaba granjearse una reputación de hombre de gustos artísticos–, sólo que no es tan útil –añadía, temiendo le tomasen por hombre poco práctico, lo que realmente no era.